domingo, 7 de noviembre de 2010

Antropogonía

Antropogonía

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Mito de Prometeo

Hijos de los Titanes Jápeto y Clímene

Atlas sostiene la bóveda celeste. Castigo de Prometeo. Museo Vaticano. Ca. 530 a.C.

Hesíodo, Teogonía 507 ss.
(trad. A. Pérez Jiménez – A. Martínez Díez, Madrid, Gredos, 2000)

Jápeto se llevó a la joven Clímene, Oceánide de bellos tobillos y subió a su mismo lecho. Ésta le dio un hijo, el intrépido Atlas, y parió al muy ilustre Menetio, al mañoso y astuto Prometeo y al torpe Epimeteo, que fue desde un principio siempre ruina para los hombres que se alimentan de pan. Pues él por primera vez aceptó una joven mujer modelada por Zeus. Al violento Menetio, Zeus de amplia mirada le hundió en el Érebo, alcanzándole con el ardiente rayo, por su insolencia y desmedida audacia.

Atlas sostiene el vasto cielo a causa de una imperiosa fatalidad allá en los confines de la tierra, a la entrada del país de las Hespérides de fina voz, apoyándolo en su cabeza e infatigables brazos; pues esta suerte le asignó como lote el prudente Zeus. A Prometeo abundante en recursos le ató con irrompibles ligaduras, dolorosas cadenas, que metió a través de una columna y lanzó sobre él su águila de amplias alas. Ésta le comía el hígado inmortal y aquél durante la noche crecía por todas partes en la misma proporción que durante el día devoraba el ave de amplias alas.

La mató Heracles, ilustre hijo de Alcmena de bellos tobillos y libró de su horrible tormento al Japetónida, dando fin a sus inquietudes no sin el consentimiento de Zeus Olímpico que reina en las alturas, sino para que la fama de Heracles, nacido en Tebas, fuera mayor todavía que antes sobre la tierra fecunda. Por estos anhelos favorecía a su muy ilustre hijo y, aunque irritado, calmó la cólera que antes tenía desde que Prometeo combatió la voluntad del muy poderoso Cronión.

Heracles libera a Prometeo. Museo Nacional de Atenas. Ca. 625-575 a.C.

Ocurrió que cuando dioses y hombres mortales se separaron en Mecona, Prometeo presentó un enorme buey que había dividido con ánimo resuelto, pensando engañar la inteligencia de Zeus. Puso, de un lado,, en la piel, la carne y ricas vísceras con la grasa, ocultándolas en el vientre del buey. De otro, recogiendo los blancos huesos del buey con falaz astucia, los disimuló cubriéndolos de brillante grasa. Entonces se dirigió a él el padre de hombres y dioses: “¡Japetónida, el más ilustre de todos los dioses, amigo mío, cuan parcialmente hiciste el reparto de lotes!” Así habló en torno de burla Zeus, conocedor de inmortales designios. Le respondió el astuto Prometeo con una leve sonrisa y no ocultó su falaz astucia: “¡Zeus, el más ilustre y poderoso de los dioses sempiternos! Escoge de ellos el que en tu pecho te dicte el corazón.” Habló ciertamente con falsos pensamientos. Y Zeus, sabedor de inmortales designios, conoció y no ignoró el engaño; pero estaba proyectando en su corazón desgracias para los hombres mortales e iba a darles cumplimiento. Cogió con ambas manos la blanca grasa. Se irritó en sus entrañas y la cólera le alcanzó el corazón cuando vio los blancos huesos del buey a causa de la falaz astucia. Desde entonces sobre la tierra las tribus de hombres queman para los inmortales los blancos huesos cuando se hacen sacrificios en los altares..

H. Fueger, 1817. Prometeo lleva el fuego a los hombres

Y a aquél díjole Zeus amontonador de nubes, terriblemente indignado: “¡Hijo de Jápeto, conocedor de los designios sobre todas las cosas, amigo mío, ciertamente no estabas ya olvidándote de tu falaz astucia!” Así dijo lleno de cólera Zeus, conocedor de inmortales designios. Y desde entonces tuvo siempre presente este engaño y no dio la infatigable llama del fuego a los fresnos, los hombre mortales que habitan sobre la tierra. Pero le burló el sagaz hijo de Jápeto escondiendo el brillo que se ve de lejos del infatigable fuego en una hueca cañaheja. Entonces hirió de nuevo el alma de Zeus altitonante y le irritó su corazón cuando vio entre los hombres el brillo que se ve de lejos del fuego.

Creación de la mujer

Y al punto, a cambio del fuego, preparó un mal para los hombres: Modeló de tierra al ilustre Patizambo una imagen con apariencia de casta doncella, por voluntad del Crónida. La diosa Atenea de ojos glaucos le dio ceñidor y la adornó con vestido de resplandeciente blancura; la cubrió desde la cabeza con un velo, maravilla verlo, bordado con sus propias manos; y con deliciosas coronas de fresca hierba trenzada con flores, rodeó sus sienes Palas Atenea. En su cabeza colocó una diadema de oro que el mismo cinceló con sus manos, el ilustre Patizambo, por agradar a su padre Zeus. En ella había artísticamente labrados, maravilla verlos, numerosos monstruos, cuantos terribles cría el continente y el mar; de ellos grabó muchos aquél, y en todos se respiraba su arte, admirables, cual seres vivos dotados de voz. Luego que preparó el bello mal, a cambio de un bien, la llevó donde estaban los demás dioses y los hombres, engalanada con los adornos de la diosa de ojos glaucos, hija de poderoso padre; y un estupor se apoderó de los inmortales dioses y hombres mortales cuando vieron el espinoso engaño, irresistible para los hombres.

Eva Prima Pandora. J. Cousin the Elder, ca. 1550

Pues de ella desciende la estirpe de femeninas mujeres. Gran calamidad para los mortales, con los varones conviven sin conformarse con la funesta penuria, sino con la saciedad. Como cuando en las abovedadas colmenas las abejas alimentan a los zánganos, siempre ocupados en miserables tareas –aquéllas durante todo el día hasta la puesta del sol diariamente se afanan y hacen blancos panales de miel, mientras ellos aguardando dentro, en los recubiertos panales, recogen en su vientre el esfuerzo ajeno-, así también desgracia para los hombres mortales hizo Zeus altitonante a las mujeres, siempre ocupadas en perniciosas tareas. Otro mal les procuró a cambio de aquel bien: El que huyendo del matrimonio y las terribles acciones de las mujeres no quiere casarse y alcanza la funesta vejez sin nadie que le cuide, éste no vive falto de alimento; pero al morir, los parientes se reparten su hacienda. Y a quien, en cambio, le alcanza el destino del matrimonio y consigue tener una mujer sensata y adornada de recato, éste, durante toda la vida, el mal equipara constantemente al bien. Y quien encuentra una mujer desvergonzada, vive sin cesar con la angustia en su pecho, en su alma y en su corazón; y su mal es incurable. De esta manera no es posible engañar ni transgredir la voluntad de Zeus; pues ni siquiera el Japetónida, el remediador Prometeo, logró librarse de su terrible cólera, sino que por la fuerza, aunque era muy astuto, le aprisionó una enorme cadena”.

Prometeo y Pandora

Hesíodo, Trabajos y Días 43 ss.
(trad. A. Pérez Jiménez – A. Martínez Díez, Madrid, Gredos, 2000)

"...oculto tienen los dioses el sustento a los hombres; pues de otro modo fácilmente trabajarías un solo día y tendrías para un año sin ocuparte en nada...

Nacimiento de Pandora. J. Barry (1791-1804). Manchester City Gallery

Pero Zeus lo escondió irritado en su corazón por las burlas de que le hizo objeto el astuto Prometeo; por ello entonces urdió lamentables iniquidades para los hombres y ocultó el fuego. Mas he aquí que el buen hijo de Jápeto lo robó al providente Zeus para bien de los hombres en el hueco de una cañaheja a escondidas de Zeus que se goza con el rayo. Y lleno de cólera díjole Zeus amontonador de nubes: "¡Japetónida conocedor de los designios sobre todas las cosas! Te alegras de que me has robado el fuego y has conseguido engañar mi inteligencia, enorme desgracia para ti en particular y para los hombres futuros. Yo a cambio del fuego les daré un mal con el que todos se alegren de corazón acariciando con cariño su propia desgracia."

Así dijo y rompió en carcajadas el padre de hombres y dioses; ordenó al muy ilustre Hefesto mezclar cuanto antes tierra con agua, infundirle voz y vida humana y hacer una linda y encantadora figura de doncella semejante en rostro a las diosas inmortales. Luego encargó a Atenea que le enseñara sus labores, a tejer la tela de finos encajes. A la dorada Afrodita le mandó rodear su cabeza de gracia, irresistible sensualidad y halagos cautivadores; y a Hermes, el mensajero Argifonte, le encargó dotarle de una mente cínica y un carácter voluble.

Ares, Pandora, Afrodita y Posidón. Época arcaica. British Museum

Dio estas órdenes y aquéllos obedecieron al soberano Zeus Crónida.

[Inmediatamente modeló de tierra el ilustre Patizambo una imagen con apariencia de casta doncella por voluntad del Crónida. La diosa Atenea de ojos glaucos le dio ceñidor y la engalanó. Las divinas Gracias y la augusta Persuasión colocaron en su cuello dorados collares y las Horas de hermosos cabellos la coronaron con flores de primavera. Palas Atenea ajustó a su cuerpo todo tipo de aderezos]; y el mensajero Argifonte configuró en su pecho mentiras, palabras seductoras y un carácter voluble por voluntad de Zeus gravisonante. Le infundió habla el heraldo de los dioses y puso a esta mujer el nombre de Pandora porque todos los que poseen las mansiones olímpicas le concedieron un regalo, perdición para los hombres que se alimentan de pan.

Luego que remató su espinoso e irresistible engaño, el Padre despachó hacia Epimeteo al ilustre Argifonte con el regalo de los dioses, rápido mensajero. Y no se cuidó Epimeteo de que le había advertido Prometeo no aceptar jamás un regalo de manos de Zeus Olímpico, sino devolverlo acto seguido para que nunca sobreviniera una desgracia a los mortales. Luego cayó en la cuenta el que lo aceptó, cuando ya era desgraciado.

Pandora como alegoría de la Vanidad. N. Régnier, ca. 1626

En efecto, antes vivían sobre la tierra las tribus de hombres libres de males y exentas de la dura fatiga y las penosas enfermedades que acarrean la muerte a los hombres [...]. Pero aquella mujer, al quitar con sus manos la enorme tapa de una jarra los dejó diseminarse y procuró a los hombres lamentables inquietudes.

Pandora, J. J. Lefebvre, 1882

Sólo permaneció allí dentro la Espera, aprisionada entre infrangibles muros bajos los bordes de la jarra, y no pudo volar hacia la puerta; pues antes cayó la tapa de la jarra [por voluntad de Zeus portador de la égida y amontonador de nubes].

Mil diversas amarguras deambulan entre los hombres: repleta de males está la tierra y repleto el mar. Las enfermedades ya de día ya de noche van y vienen a su capricho entre los hombres acarreando penas a los mortales en silencio, puesto que el providente Zeus les negó el habla. Y así no es posible en ninguna parte escapar a la voluntad de Zeus.

Pandora por D. G. Rossetti, 1869

Mito de las Edades

Hesíodo, Trabajos y Días 106 ss.
(trad. A. Pérez Jiménez – A. Martínez Díez, Madrid, Gredos, 2000)

Ahora si quieres te contaré brevemente otro relato, aunque sabiendo bien -y tú grábatelo en el corazón- cómo los dioses y los hombres mortales tuvieron un mismo origen.

Edad de Oro por L. Cranach, 1530

Al principio los Inmortales que habitan mansiones olímpicas crearon una dorada estirpe de hombres mortales. Existieron aquéllos en tiempos de Cronos, cuando reinaba en el cielo; vivían como dioses, con el corazón libre de preocupaciones, sin fatiga ni miseria; y no se cernía sobre ellos la vejez despreciable, sino que, siempre con igual vitalidad en piernas y brazos, se recreaban con fiestas ajenos a todo tipo de males. Morían como sumidos en un sueño; poseían toda clase de alegrías, y el campo fértil producía espontáneamente abundantes y excelentes frutos. Ellos contentos y tranquilos alternaban sus faenas con numerosos deleites. Eran ricos en rebaños y entrañables a los dioses bienaventurados.

Y ya luego, desde que la tierra sepultó esta raza, aquéllos son por voluntad de Zeus démones benignos, terrenales, protectores de los mortales [que vigilan las sentencias y malas acciones yendo y viniendo envueltos en niebla, por todos los rincones de la tierra] y dispensadores de riqueza; pues también obtuvieron esta prerrogativa real.

L. Alma Tadema

En su lugar una segunda estirpe mucho peor, de plata, crearon después los que habitan las mansiones olímpicas, no comparable a la de oro ni en aspecto ni en inteligencia. Durante cien años el niño se criaba junto a su solícita madre pasando la flor de la vida, muy infantil, en su casa; y cuando ya se hacía hombre y alcanzaba la edad de la juventud, vivían poco tiempo llenos de sufrimientos a causa de su ignorancia; pues no podían apartar de entre ellos una violencia desorbitada ni querían dar culto a los Inmortales ni hacer sacrificios en los sagrados altares de los Bienaventurados, como es norma para los hombres por tradición. A éstos más tarde los hundió Zeus Crónida irritado porque no daban las honras debidas a los dioses bienaventurados que habitan el Olimpo.

Y ya luego, desde que la tierra sepultó también a esta estirpe, estos genios subterráneos se llaman mortales bienaventurados, de rango inferior, pero que no obstante también gozan de cierta consideración.

Escena ambientada en la Edad del Bronce

Otra tercera estirpe de hombres de voz articulada creó Zeus padre, de bronce, en nada semejante a la de plata, nacida de los fresnos, terrible y vigorosa. Sólo les interesaban las luctuosas obras de Ares y los actos de soberbia; no comían pan y en cambio tenían un aguerrido corazón de metal. [Eran terribles; una gran fuerza y unas manos invencibles nacían de sus hombros sobre robustos miembros.] De bronce eran sus armas, de bronce sus casas y con bronce trabajaban; no existía el negro hierro. También éstos, víctimas de sus propias manos, marcharon a la vasta mansión del cruento Hades, en el anonimato. Se apoderó de ellos la negra muerte aunque eran tremendos, y dejaron la brillante luz del sol.

Y ya luego, desde que la tierra sepultó también esta estirpe, en su lugar todavía creó Zeus Crónida sobre el suelo fecundo otra cuarta más justa y virtuosa, la estirpe divina de los héroes que se llaman semidioses, raza que nos precedió sobre la tierra sin límites.

A unos la guerra funesta y el temible combate los aniquiló bien al pie de Tebas la de siete puertas, en el país cadmeo, peleando por los rebaños de Edipo, o bien después de conducirles a Troya en sus naves, sobre el inmenso abismo del mar, a causa de Helena de hermosos cabellos. [Allí, por tanto, la muerte se apoderó de unos.]

Héroes de la Ilíada: Menelao, Paris, Diomedes, Ulises, Néstor, Aquiles, Agamenón

A otros el padre Zeus Crónida determinó concederles vida y residencia lejos de los hombres, hacia los confines de la tierra. Éstos viven con un corazón exento de dolores en las Islas de los Afortunados, junto al Océano de profundas corrientes, héroes felices a los que campo fértil les produce frutos que germinan tres veces al año, dulces como la miel, [lejos de los Inmortales; entre ellos reina Cronos.

Pues el propio > padre de <> y entre ellos goza de respeto como otra estirpe creó <> existen sobre

Y luego, ya no hubiera querido estar yo entre los hombres de la quinta generación sino haber muerto antes o haber nacido después; pues ahora existe una estirpe de hierro. Nunca durante el día se verán libres de fatigas y miserias ni dejarán de consumirse durante la noche, y los dioses les procurarán ásperas inquietudes; pero no obstante, también se mezclarán alegrías con sus males.

Zeus destruirá igualmente esta estirpe de hombres de voz articulada, cuando al nacer sean de blancas sienes. El padre no se parecerá a los hijos ni los hijos al padre; el anfitrión no apreciará a su huésped ni el amigo a su amigo y no se querrá al hermano como antes. Despreciarán a sus padre apenas se hagan viejos y les insultarán con duras palabras, cruelmente, sin advertir la vigilancia de los dioses -no podrían dar el sustento debido a sus padres ancianos aquellos [cuya justicia es la violencia-, y nos saquearán las ciudades de los otros]. Ningún reconocimiento habrá para el que cumpla su palabra ni para el justo ni el honrado, sino que tendrán en más consideración al malhechor y al hombre violento. La justicia estará en la fuerza de las manos y no existirá el pudor; el malvado tratará de perjudicar al varón más virtuoso con retorcidos discursos y además se valdrá del juramento. La envidia, murmuradora, gustosa del mal y repugnante, acompañará a todos los hombres miserables.

Es entonces cuando Aidos y Némesis, cubierto su bello cuerpo con blancos mantos, irán desde la tierra de anchos caminos hasta el Olimpo para vivir entre la tribu de los Inmortales, abandonando a los hombres; a los hombres mortales sólo les quedarán amargos sufrimientos y ya no existirá remedio para el mal.

Némesis "Indignación, Venganza, Envidia" y Tyche "Fortuna". Antikensamlung, Berlín, ca. 430 a.C.

Mito de Pirra y Deucalión


"Deucalión y Pirra", G. B. Castiglione, 1655.

Apolodoro, Biblioteca I, 7, 2-3
(trad. M. Rodríguez de Sepúlveda, Madrid, Gredos, 1985)

Hijo de Prometeo fue Deucalión. Éste, que reinaba en la región cercana a Ftía, se casó con Pirra, hija de Epimeteo y Pandora, la primera mujer modelada por los dioses. Cuando Zeus decidió destruir la raza de bronce, Deucalión, por consejo de Prometeo, construyó un arca y poniendo dentro todo lo necesario se embarcó en ella con Pirra. Zeus, con abundante lluvia derramada desde el cielo, inundó la mayor parte de la Hélade, de modo que perecieron todos los hombres excepto unos pocos que huyeron a las elevadas montañas de las cercanías. Entonces se separaron las montañas de Tesalia, y todo lo que rodeaba el Istmo y el Peloponeso quedó sumergido. Deucalión, llevado en el arca a través del mar nueve días y otras tantas noches, arribó al Parnaso, y allí, cuando cesaron las lluvias, desembarcó y ofreció un sacrificio a Zeus Fixio. Por mediación de Hermes, Zeus le concedió lo que quisiera y él eligió que hubiera hombres. Ante el asentimiento de Zeus, cogió piedras y las arrojó por encima de su cabeza, y las que arrojó Deucalión se hicieron varones y las que arrojó Pirra, mujeres. Por eso la gente se llama metafóricamente así: laos, de laas, piedra.

De Deucalión y Pirra nace primero Helén, hijo de Zeus según algunos, luego Anfictión, que reinó en el Ática después de Cránao, y una hija, Protogenia, que tuvo con Zeus a Aetlio. De Helén y la ninfa Orseide nacieron Doro, Juto y Eolo. A los llamados griegos los denominó helenos a partir de su propio nombre y repartió el país entre sus hijos. Juto, que recibió el Peloponeso, en Creúsa, hija de Erecteo, engendró a Aqueo y a Ión, por quienes son llamados así los aqueos y los jonios. Doro, que recibió la región colindante con el Peloponeso, llamó dorios a sus habitantes, y Eolo, que reinó en la región cercana a Tesalia, denominó eolios a los suyos...

Compárese con uno de los episodios de esta película

Ovidio, Metamorfosis I, 1, 348 ss.
(trad. J. A. Enríquez, Madrid, Espasa Calpe, 1994)

[Una vez terminado el diluvio]

El mundo había vuelto a ser como antes. Y al ver que estaba desierto y que un profundo silencio reinaba sobre las tierras desoladas, Deucalión, con lágrimas en los ojos, le dijo así a Pirra: "Hermana, esposa, única mujer superviviente, a la que me han unido primero la estirpe común y el origen paterno, luego el matrimonio y ahora los peligros que ambos corremos... ¡Ojalá pudiese volver a dar vida a los pueblos utilizando las artes de mi padre, infundiéndole un alma a una figura de barro!. Ahora todo el género mortal se reduce a nosotros dos: así lo han querido los dioses, y somos los únicos supervivientes".

Así habló y lloraban. Decidieron rezar a los dioses celestes y buscar auxilio en el oráculo sagrado... Tan pronto como llegaron a la escalinata del templo, los dos cayeron de rodillas y se inclinaron hasta el frío suelo y, llenos de temor, besaron la piedra y hablaron así: "Si las oraciones justas ablandan la voluntad de los dioses, si calman la ira divina, dinos, oh Temis, cómo podremos reparar el daño sufrido por nuestra raza, y presta tu ayuda, oh piadosísima, al mundo sumergido."

"Deucalión y Pirra", D. Beccafumi, ca. 1520. Museo Horne de Florencia

La diosa se conmovió y pronunció el siguiente oráculo: "Abandonad el templo, cubríos las cabezas y soltaos las ceñidas ropas, y arrojad a vuestra espalda los huesos de la gran madre." Largo rato permanecieron mudos de asombro; luego, Pirra fue la primera en romper el silencio con sus palabras, y se negó a obedecer las órdenes de la diosa, rogándole con voz temblorosa que la perdonara, pues temía ofender el alma de su madre si arrojaba sus huesos. No obstante, siguieron repitiéndose las oscuras palabras del oráculo, de incomprensible ambigüedad, y dándole vueltas en sus cabezas. Por fin, el hijo de Prometeo tranquilizó con suaves palabras a la hija de Epimeteo, diciéndole: "O yo me equivoco, o el oráculo es justo y lo que nos ordena no es ninguna impiedad. La gran madres es la Tierra. Creo que lo que llama huesos son las piedras que están en el cuerpo de la tierra: ésas son las que debemos tirar detrás de nosotros". Aun que la Titania se quedó impresionada por la interpretación de su esposo, aún no se atrevían a tener esperanzas; hasta ese punto desconfiaban del consejo divino. Pero ¿qué perdían con intentarlo? Se alejaron y cubrieron sus cabezas, desataron sus túnicas y arrojaron las piedras tras sus pasos como les había sido ordenado. Las piedras (¿quién lo creería si no diera fe la antigüedad del testimonio?) empezaron a perder su dureza y su rigidez, a ablandarse lentamente, y blandas ya, a tomar forma. Luego crecieron y su naturaleza se hizo más tierna, de forma que empezaba a verse una figura humana, aunque no del todo exacta, como si estuviese a medio tallar en el mármol, semejante a una estatua apenas esbozada. Pero luego las partes terrosas y humedecidas por algún jugo se convirtieron en cuerpo, lo que era sólido y no se podía doblar se transformó en hueso, y las que antes eran venas conservaron el mismo nombre. Y en poco tiempo, por voluntad de los dioses, las piedras que había arrojado la mano del hombre tomaron la forma de hombres, y las que había arrojado la mujer se convirtieron en mujeres. Por esta razón somos una raza dura, que conoce la fatiga, y damos fe de cuál es nuestro origen.

© Henar Velasco López

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